Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Mateo 5:5.

Si hay una cualidad poco valorada por nuestra sociedad, y ridiculizada como cobardía y debilidad, es la mansedumbre. La mayor parte de las personas piensa que ser manso significa dejarse pisotear por otros, dejarse “llevar de las narices”, carecer de personalidad y determinación. Esta sociedad agresiva te enseña a defenderte atacando. Los agresivos, los enérgicos, los que “te dicen las cosas en la cara”, los que “no tienen pelos en la lengua”, son más respetados y admirados que quienes pasan por alto las ofensas y reaccionan con suavidad.

Sin embargo, lejos de ser un signo de debilidad y cobardía, esta virtud es una de las mayores manifestaciones de fortaleza y valentía: es mucho más fácil, para la naturaleza humana, responder a la agresión con agresión; al enojo, con enojo; al insulto, con insulto. Pero, mantenerse sereno, paciente, dueño de sí mismo, tolerante, y aun misericordioso y bondadoso con el agresor, requiere gran poder espiritual y moral.

Hay una diferencia entre aquella persona que, por timidez y cobardía, NO PUEDE contestar a otros, no puede reaccionar, y aquel que, PUDIENDO REACCIONAR, agredir, contestar mal a otros frente a sus ofensas, ELIGE conservar un trato bondadoso, suave y digno, aunque firme. Pero el que se deja llevar por sus pasiones revela debilidad de carácter.

Jesús demuestra que ser manso es ser inofensivo (es decir, que no ofende o agrede a otros, sobre todo por iniciativa propia), pero no indefenso (que no puede defenderse o protegerse).

¿No te gustaría ser como tu Salvador, y tener la gracia preciosa de la mansedumbre, que tanto contribuye a evitar los conflictos y la desunión entre los hombres, y a suavizar las relaciones? Jesús te invita a imitarlo, con la siguiente promesa: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat. 11:29). En el egoísmo, el odio, el resentimiento y la agresión no hay paz. Pero sí la hay para el que solo abriga amor, comprensión y misericordia en su corazón. ¡Procura imitar a tu Salvador!

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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